jueves, 17 de diciembre de 2009

Apuntes sobre literatura argentina y violencia: Griselda Gambaro y Andrés Rivera.

Tanto La malasangre como En esta dulce tierra son obras que aluden a la violencia política, a víctimas y victimarios de las dictaduras, mediante una serie de recursos, algunos de éstos exigidos por el contexto histórico. En principio, no hablan de lo que hablan de una manera directa sino sugerida, aludida. Y creo que Griselda Gambaro, en una entrevista que le hacen sobre La malasangre, da en pocas palabras todas las claves de lectura:

Dice a Roffé que se apoyó en 1840 “para hablar de la violencia que habíamos sufrido a partir de 1976 con la instauración de la dictadura en la Argentina. En 1981 cuando se estrenó La malasangre, los militares todavía estaban en el poder, así que no podía hablar del presente directamente. Pero no es una obra histórica”.

Vemos entonces tres claves fundamentales:
1) Se habla de la violencia actual.
2) Para hablar de la violencia actual, se usa el recurso de la historia.
3) Estos recursos se deben a motivos del contexto histórico, de la misma violencia que denuncian, por ejemplo, la censura.

Halpering Dongui, en su artículo “El presente transforma el pasado”, dice que en este período se escriben una serie de obras, entre ellas La malasangre, que para alcanzar al público del que las separaba la censura, tenían que envolverse en alusiones que eran a la vez elusiones.

Me gusta esta idea de alusión-elusión simultánea: se elude y se alude todo el tiempo a la política. ¿Cuál es el hecho que alude a la política, particularmente la denuncia de las tiranías? La decisión de ubicarse en un momento del pasado que ofrece alusiones directas a un momento del presente: el período rosista de los años cuarenta, los años más duros del gobierno federal que empiezan con el asesinato de Maza y con los asesinatos de la Mazorca.
Este período, y la figura de Rosas, es todo un símbolo de la cultura argentina desde el Facundo y El matadero. Para el imaginario social este período es sinónimo de tiranía y asesinato. De modo que está claro por qué se vuelve, en los años 80, a la elaboración literaria de este período que había sido ya tan trabajado y revisado. En cuanto al período histórico que estos textos eligen, hay que decir que el rosismo tuvo muchas lecturas a lo largo de la historia: en los años 30, por ejemplo, los Irazusta escriben La argentina y el imperialismo británico en donde el federalismo aparece celebrado como una etapa patriótica. Hubo muchas lecturas, desde diferentes tendencias, que revisaron la mirada sobre el rosismo; sin embargo, la noción de que se trata de un sinónimo de tiranía y muerte, fundada por Sarmiento, es la clásica, y Halperin Dongui observa que Griselda Gambaro le devuelve al público esta imagen del federalismo que habían popularizado los unitarios y los exiliados: algo había quedado en el imaginario social sobre eso, y eso se aprovecha. En el Facundo, el período rosista es una especie de pesadilla, un drama sarmiento, un retroceso a la edad media: esto mismo da a entender lo que fue la vida de Cufré durante los más de veinte años que estuvo preso en un sótano.
De modo que es una pura estrategia: no se trata, como bien dice Gambaro, de una obra histórica, una obra interesada por ese período: es una obra política interesada por los problemas actuales. Una de las características que nos dan a entender que no se trata de una novela histórica, en el sentido de que la intención sea hablar de un hecho pasado para estudiar el pasado, es el uso que hace Rivera del anacronismo, sus deliberados anacronismos. El más explícito es cuando Cufré se compara con el protagonista de El milagro secreto, un cuento de Borges. Y un cuento significativo, ya que trata sobre un judío ejecutado por el nazismo. Pero también el momento en el que Isabel lee una noticia en la que el régimen califica a los opositores de imberbes, que nos hace pensar al Perón de 1974, cuando expulsa a los montoneros de la Plaza de Mayo. También aparece alguna vez en la novela la palabra “montoneros”, que no es del todo anacrónico porque había montoneras, pero a la vez podría funcionar como otro anacronismo si la pensamos en la intención de aludir al presente que tiene la novela.

Esta es una de las coincidencias centrales entre los dos textos: ubican su trama en 1840 para hablar de 1980. El uso de la historia es una estrategia literaria, una manera sagaz de encarar la denuncia. Se trata, como dice la ficha de cátedra, de figuraciones de la historia como cifra del presente político.

En cuanto al recurso de decir algo indirectamente, vemos que la trama misma de La malasangre alude todo el tiempo a eso. Un ejemplo claro son los modos de comunicarse de Rafael y Dolores: para decirle que tiene que ser prudente, la hace declinar el adjetivo prudente en latín, así como le dice que la quiere haciéndole leer un poema de Víctor Hugo cuando le enseña francés. Los mismos melones, las cabezas que cortan los mazorqueros, es otra manera de decir una cosa por medio de otra.

Andrés Rivera dice, en la entrevista “Las lecturas de la historia”, que lo que un escritor busca en la historia son los universales. Y pone como ejemplo a Shakespeare: todos los dramas de Shakespeare aluden a hechos históricos, pero la gente no los lee porque le interesen esos fenómenos sino para buscar temas trascendentes.
Pero hay muchas otras coincidencias. Una de ellas es que ambas obras parecen constituir un microcosmos, un microcosmos similar al de La metamorfosis de Kafka: las historias que cuentan suceden fundamentalmente en una habitación, y no hay más que tres o cuatro personajes. Sin embargo, sentimos todo el tiempo que se nos habla de la sociedad entera. Las relaciones que se establecen entre Cufré e Isabel, o entre Dolores y el Padre, sirven para pensar las relaciones entre los distintos sectores de una sociedad: gobierno, pueblo, funcionarios, intelectuales.
Si pensamos tanto en la relación entre Cufré e Isabel, o en la que mantienen los distintos miembros de la familia de La malasangre, podemos pensar en el Foucault de la Microfísica del poder: el poder no está sólo en los que gobiernan ni en el Estado sino que actúa, en todos los niveles, en el cuerpo social, como por ejemplo en la escuela y la familia. Esto está muy claro en La malasangre: en la escena V, por ejemplo, el padre dice que lo que necesitan las damas es una mano fuerte, y no sólo las damas. Acá se ve que el mecanismo represivo que actúa entre padre e hija dentro del ámbito familiar es el mismo que el que actúa entre gobernador y pueblo. En En esta dulce tierra también se representan estas relaciones de poder en varios niveles: Cufré sufre el despotismo del tirano, así como nos enteramos que Isabel sufrió el de su padre cuando, antes de morir, la obligó a casarse con un candidato que ella no quería, la misma situación de La malasangre.
Dentro de la bibliografía, a mí me resultó útil el texto de Claudia Gilman, Historia, poder y poética del padecimiento en las novelas de Andrés Rivera.
De este texto destaco una observación. Claudia Gilman dice que novelas como En esta dulce tierra marcan, dentro de la trayectoria de Rivera, algunos cambios con respecto a sus primeras novelas, que apostaban a una representación de la violencia social mediante un marxismo más esquemático, más maniqueísta, sobre todo porque se trataba de una lucha de los buenos contra los malos, del Estado contra una clase, sin profundizar demasiado el tema del poder. Mientras que en novelas como En esta dulce tierra vemos que el poder ya no tiene un fundamente tan racional, sino que se ejerce y se sufre en todas direcciones, es algo más oscuro, más sutil: Cufré, más que la persecución de la Mazorca, sufre la tiranía de Isabel, que lo tiene en una situación de humillación y de mentira con respecto a su situación y a la del país.

Ahora quisiera marcar otra coincidencia entre los dos textos, que es el tema de la resistencia.

Los dos textos, pese a que cuentan historias trágicas, personajes vencidos que siempre terminan mal, al mismo tiempo afirman que, ante la tiranía, hay que ejercer la resistencia. En La malasangre el personaje de Dolores es, en este sentido, el más fuerte: es la voz que termina desafiando la autoridad del padre, que le grita “canalla”, “hipócrita”, “pusilánime”, y que ese desafío es lo que la hace libre, incluso habiendo perdido la oportunidad de escaparse.
Para el caso de Rivera me parece interesante una observación que hace Carlos Dámaso Martínes, en “Historia entre la razón y el delirio”, artículo publicado en Punto de vista. Lo que dice es que, mediante la figura de Cufré, la novela muestra al intelectual como un hombre que tiene una ética y una voluntad transformadora frente a los conflictos de la historia: Cufré, en lugar de vivir cómodamente en París, elige volver al país en los peores momentos para estar perseguido y marginado. Al contrario de otros intelectuales, como Pedro de Angelis, que terminan siendo funcionales al poder, que se adaptan a las situaciones, lo que hay que hacer es mantener la utopía, poner el cuerpo ahí, en la situación crítica, incluso cuando sea evidente que no hay nada que hacer. Antes de entrar en la casa de Isabel, Cufré demuestra valentía, está dispuesto a morir peleando, va por las calles con las pistolas listas: digamos que, en lugar de quedarse en París, elige ese destino sudamericano del Poema conjetural de Borges.
La única razón que da Cufré sobre su regreso es su condición de argentino, y para Cufré ser argentino es pelear contra toda esperanza.

Gambaro, en una entrevista sobre la obra, dice que quiso "contar una historia que transitara esa zona donde el poder omnímodo fracasa siempre si los vencidos lo enfrentan con coraje y dignidad, si se asumen en el orgullo y en la elección".
(En “Dramaturgias latinoamericanas contemporáneas, Andrade y Cramsie).

Esta definición del argentino como alguien que lucha contra toda esperanza, y esta representación de la historia argentina también podrían servir para una lectura sobre el ser nacional. La Argentina como una fatalidad es uno de los tópicos de la cultura argentina, que podría empezar con Facundo, diciendo que el espacio mismo del país es lo que produce la barbarie, y después con el Martínez Estrada de la Radiografía de la pampa. Acá vemos que ser argentino es pelear contra toda esperanza, y que la historia argentina es una especie de círculo vicioso en la que siempre pasa lo mismo: la violencia política triunfando contra las esperanzas. Viene al caso recordar la tesis de Viñas, en Mirada y violación de la literatura argentina, cuando dice que la literatura argentina comienza con una violación, y no hacemos más que volver a escribir la escena del unitario violado por los federales que describe El matadero. Justamente, lo que vemos en la novela de Rivera es un hombre que, por una especie de fatalidad, lo que hace es dirigirse directamente hacia la boca del lobo. ¿Qué hace, en los años del rosismo, un unitario, tan explícitamente unitario, caminando por Buenos Aires hacia el foco de la federación, como dice el cuento? Es lo mismo que hace Cufré en una novela escrita un siglo y medio después. Estos hechos simbolizaran la fatalidad como ser nacional, la representación de una violencia inevitable.
Y podríamos encontrar esta visión fatalista de la historia argentina en varios textos del programa: Cuerpo a cuerpo de David Viñas, Fin de fiesta de Beatriz Guido, y varios cuentos de Borges en donde se entiende la violencia como cifra nacional.


No hay comentarios: