jueves, 17 de diciembre de 2009

Apuntes sobre literatura argentina y violencia: la imagen de Eva Perón.

Tomas Eloy Martínez, en Santa Evita, dice de Eva Perón que “Muerta puede ser infinita”. Yo no sé si infinitas, pero las interpretaciones, lecturas y representaciones de la imagen de Eva en la literatura son numerosas y variadas. El cuerpo de Eva Perón, a partir de su muerte el 26 de julio del 52, se convierte en un mito, y también en un campo de batalla de las pasiones argentinas. Aparece endiosada, vulgarizada, amada, odiada, pero todas estas miradas, pese a sus diferencias, coinciden en el hecho de otorgar a la figura de Eva una trascendencia indiscutible, tanto por parte de sus apologistas o detractores. En cuanto a la imagen de Eva como mito en la literatura, a mí me resultó muy interesante la lectura de Marcelo Méndez que considera la mitologización de Eva mediante la figura de la elipsis, en Esa mujer de Rodolfo Walsh. Lo no dicho, lo elidido, es el nombre de Eva y el peronismo. Esta elipsis da cuenta de una figura mítica por dos motivos. Primero, tener en cuenta la ausencia del cuerpo, de una Eva de carne y hueso, y ese vacío es llenado por una imagen mítica en el imaginario social. Pero lo más interesante es que es el potencial mítico de Eva, ya en 1961, lo que hace posible hacer un cuento sobre ella sin nombrarla, aunque esto pueda ser por prohibiciones del gobierno. No hace falta ni nombrarla porque ya forma parte de la mitología nacional, y los lectores dan por sobreentendido de quien se habla: ni siquiera hace falta ponerle a un texto Facundo, porque el mito ya está, el escrito puede contar con que la figura de Eva y sus pormenores ya está tan instalada en el lector argentino que es posible hablar de ella sin siquiera nombrarla. Esto me recuerda a una canción de Silvio Rodríguez, con respecto al Che, que se llama simplemente “Hombre”: el que oye esta canción puede reponer la imagen mítica del Che a través de una letra que solo dice “hombre”, que aunque podría ser cualquiera, incluso la especie, sabemos que solo habla de uno. Y pasa algo parecido en el poema de Cortázar: “Yo tuve un hermano”. Siguiendo esta línea de lectura que da cuenta de una Eva mítica, vemos que se mantiene en un texto como la obra de teatro de Copi, Evita, que en este caso ofrece una mirada negativa sobre Eva. Pero la figura sigue siendo un mito: Elena Donato, en Perón en París, dice que en la obra se deduce la dimensión mítica del personaje. No sólo porque es la protagonista de un drama que lleva su nombre, como tantos mitos, sino por el hecho de que aparece en un espacio cerrado, ya fuera de la historia, y además queda la idea de su inmortalidad: hay algunos poemas sobre Gardel en donde se dice que no murió en el avión sino que se escapó y sigue por ahí pudiendo ser cualquier argentino: está en todos los argentinos. Lo mismo en Evita Vive de Néstor Perlonguer: en este texto hay una especie de paradoja, porque parece que la figura de Eva se desmitifica, se vulgariza, al hacerla partícipe de una suma de orgías en un contexto marginal, lumpen. Pero en verdad se trata de que Eva no murió, que está con el pueblo, en lo más puro del pueblo, mezclada en fiestas donde la gente se droga y se alcoholiza. Los griegos decían que los hombres no podían ver a los dioses tal como era porque quedarían fulminados ante la presencia de ellos: no se llega a tanto en este folclore popular, pero en todos estos cuentos hay, de alguna manera, un respeto sagrado por Eva: se ve en el coronel del cuento de Walsh, que la compara con Cristo, e incluso en La señora muerte de Viñas, porque la mujer parece que puede burlarse de todo y tolerarlo todo excepto que se le diga “yegua”.
Ahora bien, más allá de esta imagen mítica de Eva, me interesa leer estos textos desde otra óptica más política. Cómo se representa en estos cuentos el peronismo a partir de la figura de Eva. Y me resulta interesante partir de la imagen de la solapa de Las malas costumbres, de Viñas, según la lectura del artículo de Claudia Román, que forma parte de la ficha. Lo que hay una solapa es una foto de Viñas que mira al lector de frente, y detrás, a lo lejos, está la masa, y las banderas que dan a entender el nombre proscripto, Perón. Se plantea en esta imagen un distanciamiento entre el escritor, el intelectual, y la masa, que es todo un tópico peronista, en tanto que el intelectual puede ser la imagen misma del gorila: ya vimos en la fiesta del monstruo que el hombre del libro bajo el brazo, para los peronistas, lo mismo que el unitario para los federales de El matadero. El peronismo y el intelectual parecen imposibles de conciliarse, y hay pocas excepciones, como Marechal, excepciones que confirma la regla. Incluso el peronismo de Marechal es complicadísimo: Ángel Rama dice que es un escritor peronista pero que su obra no puede ser leída por los peronistas. Y el caso más claro del primer Cortázar, la marcha peronista contra la música clásica, que ya plantea este campo de batalla entre los intelectuales y la masa popular. Lo que yo observo en este corpus, es que todos los cuentos sobre Evita plantean de algún modo este enfrentamiento: hay una clase media o alta que ofrece una mirada despectiva, cínica, o de lástima ante esta masa peronista. En este sentido el mito de Eva sería un opio del pueblo, para la izquierda, o un simulacro demagogo, para la derecha: Eva, como mito, se sostiene sobre el carácter crédulo, ingenuo, de un pueblo inculto, supersticioso, engañado. Se podría empezar con El simulacro, de Borges, el punto de partida del gorilismo literario: este cuento, que se atreve a escribir la palabra Perón, dice que el peronismo es un simulacro, un fraude, un chasco como diría Silvina Ocampo, y la masa se traga esta mentira de pura ignorante y supersticiosa. En un poema sobre Ascasubi, de 1975, Borges habla del pueblo, y dice lo siguiente:


“La canalla
Sentimental no había usurpado el nombre
Del pueblo. En esa aurora, hoy ultrajada,
Vivió Ascasubi”.

Vemos entonces una mirada sobre el pueblo actual como la canalla: es el pueblo peronista, una canalla inculta, los cabecitas negras que se limpian los pies en la fuente de la plaza de mayo y que creen en una diosa de cotillón. En casi todos estos cuentos hay una mirada despectiva sobre este pueblo: así como el protagonista de Las puertas del cielo dice los monstruos, el militar de Esa mujer dice los roñosos, y Moure, en La señora muerta, destaca la suciedad de la gente que está en la cola del velorio de Evita. Y ni hablar en La cola de Fogwill, cuando habla de los negros, y marca explícitamente el enfrentamiento entre dos clases: el narrador pertenece a una clase en donde hay escritores, universitarios, periodistas, y los demás son los negros. Algo propio de esta mirada crítica es el cinismo, que muchas veces consiste en un deseo de hacer negocios con este sentimentalismo popular, de sacar tajada: aquello que Jorge Asís llevó al extremo en Los reventados. Todos tienen algún interés: el personaje de La cola quiere vender un documental, el de Viñas levantarse una mina, y el personaje de Eva, en el texto de Copi, dice: ¡Están esperando el momento en que yo reviente para heredarme! Lo que queda claro es que, incluso en los textos que tienen una mirada despectiva sobre Eva, todos acatan la trascendencia de la figura, del mito, y todos sacan provecho, en este caso provecho literario. Los mitos se ponen por encima de las facciones políticas: el antiperonismo, o los intelectuales disidentes, admiten que la figura de Eva ya forma parte de la mitología nacional, y que es imposible ser indiferente ante ella. Esto me recuerda a la famosa carta de Sábato, el otro rostro del peronismo, que es toda una declaración de principios en cuanto al debate de los intelectuales contra Perón ahí es donde Sábato dice que mientras festejaba la caída de Perón en una casa distinguida, al pasar al baño vio que en la cocina estaba las sirvientas llorando, y ahí dice: en algo me debo haber equivocado. Está claro que el peronismo se ganó a la clase trabajadora, y que con eso no hay vuelta atrás: hay que lidiar con el peronismo, aceptar, de algún modo, su hegemonía en las clases populares.

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