jueves, 6 de diciembre de 2007

el ensayo Calibán de Roberto Fernández Retamar en su contexto y su correlato con el Ariel de Rodó.



En el primer capítulo de su Calibán, Fernández Retamar nos presenta la gran pregunta que previsiblemente tratará de responder a lo largo de su libro: ¿Existe una cultura latinoamericana
[1]? Si bien la enormidad de esta pregunta nos prepara para una respuesta sobre las características universales y esenciales de la América Latina, a decir verdad el texto no hace más que ofrecernos un ensayo de circunstancia cuyo alcance podría correr el peligro de limitarse a la América Latina en un momento en particular de la historia y en un país en particular del continente: la revolución cubana del 59. En efecto, si se quiere indagar sobre el contexto histórico del Calibán, a saber, el desarrollo y la defensa de los criterios ideológicos y estéticos de la revolución cubana una década después de la caída de Batista, tan sólo nos basta con observar la manera en la que este contexto se señala y se historiza de manera explícita: en este ensayo preponderantemente literario no hay texto más citado que los discursos de Fidel, líder de la revolución cubana en la que, según el autor, “empezamos a vivir y a leer el mundo de otra manera”, revolución que implica el momento en el que el continente, tal como ambicionaba Alfonso Reyes, ha logrado la mayoría de edad y la consideración del resto de los continentes[2], revolución que implica un debate sobre la cuestión cultural, debate polémico y apasionado del cual Calibán, parte activa del mismo, manifiesta sus posiciones mediante un orgánico aplauso ante las palabras dichas a los intelectuales por parte de Fidel y otro orgánico aplauso ante las palabras dichas a los universitarios por parte del Che Guevara en un discurso que[3], en la parte de las conclusiones, es citado largamente para darle fin al libro. Cuando Retamar analiza el ensayo de Carlos Fuentes sobre la novela latinoamericana, afirma que su planteo es “el traslado a cuestiones literarias de una plataforma política raigalmente reaccionaria”. En cuanto al Calibán, lo mismo podríamos decir de él si sustituimos el calificativo “reaccionaria” por su opuesto “revolucionaria”: el libro de Retamar resulta así el traslado a cuestiones literarias de una plataforma política, la plataforma política de la revolución cubana. La política de la revolución que, según las palabras de Fidel, no admite por parte de los creadores “ningún derecho” para cualquier acción que tenga lugar fuera de ella[4], será el criterio que utilizará Retamar para definir lo propio de la cultura latinoamericana –confundiendo lo que tal cultura es con lo que él quisiera que sea-, y con este criterio juzgará la obra de unos cuantos escritores cuyos méritos dependerán, tal el caso de Martí, de la lucidez con la que hayan sido conscientes del peligro que implican los Estados Unidos, el enemigo. Si para Fidel el único prisma a través del cual se mira todo, y también la literatura, es la valoración política que considera la utilidad, la nobleza y la belleza de una obra según sus beneficios sobre “el pueblo”, sucede que para Retamar también. Y este es el motivo de que su mirada sobre América Latina y sus juicios sobre sus escritores dependan de un limitado criterio ideológico y clasista, criterio según el cual la obra de Borges, un escándalo americano, no será otra cosa que “el testamento atormentado de una clase sin salida”. Desde esta perspectiva es de esperar que la figura simbólica de la cultura americana sea, al contrario del Ariel propuesto por Rodó, la figura de Calibán: el pueblo, las filas revueltas y gloriosas de las masas, el insulto al colonizador, la rebeldía, la “roja plaga” sobre las cabezas de los opresores. Hay en esta idea algún eco de Franz Fanon, autor ocasionalmente citado en la obra de Retamar como el ideólogo redentor de una supuesta “barbarie” demonizada tiempo atrás por Sarmiento. En Los condenados de la tierra, ensayo publicado diez años antes que el Calibán, hay una política de la liberación cuyo sujeto principal, el pueblo colonizado, debería tomar el poder por medio de la violencia. Lo que debemos destacar de la caracterización que hace Fanon del colonizado es un evidente paralelismo con la figura de Caliban: el negro colonizado ha sido despojado de su cultura y de su individualidad mediante una violencia colonizadora y extranjera que, vaciándolo de contenido, le ha inculcado un idioma que le es ajeno. El colonizador tiene la misión de liberarse y luchar no sólo contra el opresor sino también contra sí mismo, es decir, debe resistir lo que hay de colonizado en el colonizado mediante la construcción de una mirada contra-hegemónica capaz de utilizar a su servicio todos los conceptos y todas las armas que el colonizador utilizaba para el suyo. La manera en la que Fanon observa que, para la mirada del colonizador, todos los países africanos se convierten en una mancha indistinta, en un “territorio bárbaro”, condice con el citado texto de Alfonso Reyes del cual Retamar considera destacable el concepto que de América Latina tienen las naciones europeas: “para los imperialistas no somos más que pueblos despreciados y despreciables”. Si para Fanon el colonialismo “no ha dejado de afirmar que el negro es un salvaje y el negro no era para él ni el angolés ni el nigeriano”, para Retamar el imperialismo no ha dejado de afirmar, con el concepto de barbarie, que el latinoamericano es igualmente un sujeto inferior e incivilizado, afirmación ante la cual es preciso reconocer como un orgullo la condición canibalesca de los pueblos de Latinoamérica mediante la construcción de un hombre nuevo: últimas dos palabras de Los condenados de la tierra y la meta más ambiciosa del Che Guevara[5] . En efecto, Retamar examina, con citas tanto de Sarmiento como de Renan, la mirada despreciativa sobre la figura de Calibán, mirada propia de la cultura colonizadora. La solución será una inversión cultural contraofensiva que considere como un motivo de orgullo todo aquello que para el enemigo resultaba despreciable. Hasta aquí podemos ver, como mínimo, un planteo desmesuradamente maniqueísta que, tomando como base el todo o nada del discurso de Fidel, extiende este criterio hasta considerar cada cosa que se observa mediante una contundente bipolaridad: Ariel o Calibán, europeo o latinoamericano, Sarmiento o Martí, Borges o Benedetti, Cuba o los Estados Unidos. En efecto, si examinamos algunos detalles del famoso caso Padilla, ocurrido en el mismo año de la publicación del Calibán, observaremos que este espíritu maniqueísta es propio tanto del ensayo de Retamar como del contexto cultural y político en el que está inscripto. El caso Padilla fue uno de los hechos que desencadenaron el debate más encendido sobre la política cubana en materia cultural, un escándalo cuya inmediata consecuencia ha sido el primer divorcio entre el régimen comunista y la intelectualidad internacional que ya temía la estalinización del socialismo cubano. La destreza de García Márquez, cuya diferenciación entre la función del escritor y la función del intelectual le resulta útil para evadir una opinión concreta en el calor del debate[6], pareciera ser el único ejemplo que escapa a la bipolaridad del caso. Esta bipolaridad llega al extremo de considerar que no hay más que dos opciones: apoyar la revolución, y todo lo que de ella provenga, o ser un enemigo de la revolución y servir a los intereses del imperialismo. No hay medias tintas, o se está con Ariel, un intelectual que sirve sumisamente a Próspero, o se está con Calibán, es decir, las masas populares que en este contexto representan la meta y el fin de toda la ideología socialista. En efecto, la caracterización de Ariel como negativo símbolo del intelectual, uno de los principios más explícitos del Calibán, podría ilustrarse con la opinión de Rodolfo Walsh que, en su texto sobre el caso Padilla, achaca a la intelectualidad una actitud obsecuente con su propio sector, es decir, la denuncia de que la protesta de los intelectuales contra Cuba se debe a que “les preocupa con preferencia la suerte de los escritores[7]”. En efecto, es evidente que Fernández Retamar, al ubicar la figura del intelectual bajo el símbolo de Ariel[8], manifiesta una postura ideológica que rechaza toda expresión cultural o política que se resista a tomar partido por las masas calibanescas de la liberación socialista y se acomode en una intelectualidad funcional a los intereses del capitalismo imperialista. Paradójicamente, esta crítica a los Estados Unidos ya había proferida por el ensayo de Rodó quien ha elegido, para simbolizar el espíritu latinoamericana, la figura de Ariel. Retamar, que en ningún momento desconoce el valor de la obra de Rodó, se apresura a decir que si bien Rodó acertó en la caracterización del problema, se equivocó en la elección del símbolo. Y nuevamente podríamos considerar el contexto político e ideológico de la obra para explicarnos las razones de este simbólico desplazamiento: el si Ariel, escrito en el 1900, se corresponde con el posicionamiento de un liberalismo de carácter burgués completamente atemorizado por la amenaza de las emergentes multitudes, el Calibán, en la tumultuosa década del setenta, se corresponde con el posicionamiento de un socialismo de carácter marxista y proletario que encuentra en la rebelión de las multitudes la legitimidad de las revoluciones y el deber de sus revolucionarios. Fernández Retamar no oculta en nada esta filiación, esta funcionalidad ideológica a su contexto político e histórico que determina los criterios culturales y literarios de las páginas de Calibán que, hacia el final del libro, ofrece conceptos tan sólidos y cerrados como este: “nuestra cultura es –y sólo puede ser- hija de la revolución, de nuestro multisecular rechazo a todos los colonialismos”.




[1] Fernández Retamar, Roberto, Calibán, Apuntes sobre la cultura de nuestra América, Editorial La Pleyade, Buenos Aires, 1973
[2] Reyes, Alfonso, Notas sobre la inteligencia americana, revista Sur, Buenos Aires, 1936.
[3] Ernesto Chue Guevara, Que la universidad se pinte de negro, de mulato, de obrero, de campesino, en Obras 1957-1967. La Habana, 1970, tomo II, p.37-38
[4] Castro, Fidel, Discurso en la clausura del Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura, en Croce, Marcela, Polémicas intelectuales en América Latina, Del “meridiano intelectual al caso Padilla (1927-1971), Ediciones Simurg, Buenos Aires, 2006
[5] “El socialismo y el hombre en Cuba”, en Ernesto Che Guevara, La revolución, escritos esenciales, Ed, Taurus, Buenos Aires, 1996.
[6] Según Verónica Lombardo García Márquez, en una entrevista del 71, evita la polarización de su posición mediante una “voluntad conciliatoria (que) genera respuestas esquivas que poco sirven a los efectos de ubicar a García Márquez de uno u otro lado del océano”. En Croce, Marcela, Polémicas intelectuales en América Latina, Del “meridiano intelectual al caso Padilla (1927-1971), Ediciones Simurg, Buenos Aires, 2006.
[7] Opinión de Rodolfo Walsh, en Cuadernos de MARCHA, Nº49, Montevideo, 1971.
[8] Dice Retamar en Nuestro Símbolo, capítulo tres del Calibán: “Calibán es el rudo e inconquistable duelo de la isla, mientras que Ariel, criatura aérea, aunque hijo también de la isla, es en ella, como lo vieron Ponce y Césaire, el intelectual”.

3 comentarios:

Moderno/Posmoderno dijo...

Excelente reflexión, muchas gracias.

Moderno/Posmoderno dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Unknown dijo...

Es polémico,tiene un sesgo anticomunista más propio de los noventa. Estas palabras escritas el día después de la caída del muro de Berlín hubieran resultado sospechosas. Hoy parecen un tanto anticuadas. Más propias de un Quijote peleando contra los molinos de viento de un comunismo que ya no existe hace tiempo (por suerte). De todas maneras alguien que se ocupa del Caliban de Retamar es para mí un interlocutor válido. Demás está decir que me identifico con Calibán y no con Ariel (soy de piel negra).