Concepción de la muerte y de la vida en relación con la muerte en las Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique y en el planto de Pleberio por la muerte de su hija (Acto XXI de la Tragicomedia de Calisto y Melibea). Visión feudal y sensibilidad burguesa.
En Coplas que fizo por la muerte de su padre[1] de Jorge Manrique hay una fusión constante entre lo particular y lo general. Tal como alude su título, el motivo de las coplas sería la muerte y la vida de una persona particular, don Rodrigo Manrique, el maestre de Santiago. Sin embargo, el poema habla de la muerte y de la vida en general, manifestando una concepción de ambas.
Según Serrano y Round[2], las coplas no empiezan citando una pérdida particular dotada luego de un significado universal, sino que el movimiento de lo particular a lo general es fijo y ambos esquemas están en su sitio desde el principio, y mantienen un diálogo constante. El caso particular cobra sentido y se define como tal en su ajuste a las leyes generales, y viceversa. Esta relación de reciprocidad es análoga a la concepción de la vida y de la muerte que presenta el poema: la muerte es parte integrante de la vida, el descanso o la meta del vivir, y un término se define por el otro. La vida es un río que se desvanece en el mar que es el morir (copla III); o la vida es un camino que termina en la muerte:
partimos cuando nascemos
andamos mientras vivimos
y llegamos
al tiempo que fenescemos;
De este modo, no es posible concebir a la vida sin la muerte y, por ende, la actitud ante la muerte es la aceptación. Así, para Germán Orduna[3], las coplas presentan un sermón que es más conformación ante un hecho emanado de la voluntad divina, que castigo o desdicha arbitraria. Esta actitud de aceptación contrasta con otros textos como Dança General de la Muerte donde los hombres reaccionan con rechazo, temores o quejas cuando son llamados a morir. En las coplas de Manrique aceptar la muerte es una virtud que corona una vida correcta, tal como sería la del Maestre de Santiago según se lo retrata en estos versos: un ejemplo de grandeza. La vida, en tanto camino hacia la muerte, aparece en el poema de tres modos: la vida terrenal, la vida de la fama y la vida eterna. En este punto, es evidente que la concepción de la vida es una concepción religiosa y cristiana, lo cual está marcado en el texto desde las invocaciones a Jesús hasta el modelo de sermón comentado anteriormente. Por lo tanto la vida de la fama y la vida eterna son los galardones del buen cristiano que ha vivido correctamente obrando según su estado. Al respecto, cabe destacar que estas coplas sostienen ideológicamente el esquema feudal de la organización social. La estructuración que divide entre defensores, oradores y labradores es perceptible en el texto. En la copla III se alude a los labradores en oposición a los defensores dividiendo entre los que viven de sus manos y los ricos. Asimismo, la copla XXXVI aduce que la vida eterna se gana obrando según el deber propio de cada estado: los religiosos con oraciones y los caballeros haciendo la guerra a los moros. Esta reivindicación de una ideología señorial debe situarse en el contexto histórico del poema: un período de crisis que sufrió la aristocracia en la baja Edad Media debido a grandes pérdidas materiales, consecuencias de guerras civiles y sobre todo el surgimiento de nuevos grupos sociales como los ricos burgueses. En contraste a una sensibilidad burguesa aferrada a los bienes materiales, las coplas de Manrique abordan el tópico del contemptu mundi, es decir, el menosprecio del mundo, que en las coplas reside sobre todo en el desdén por los bienes materiales. De este modo, a la mirada del poeta, los edificios reales, las vajillas y las monedas de oro serán solamente rocíos de los prados, y en la copla VIII se menciona el poco valor que tienen las cosas que ambiciona el hombre, cómo conducen al desastre, y cómo se produce el descenso desde los más altos estados. Los placeres de la vida son soldados que han de caer en una trampa mortal, y frente a la fugacidad de la vida los bienes materiales carecen de valor, depositándose la virtud en la belleza interior. Esta fragilidad de la riqueza material se aborda desde un tópico común de la época: la rueda de la fortuna, variable y caprichosa, que hace descender lo que antes estaba arriba. El tópico de la fortuna también aparece en el Acto XXI de La Celestina[4] donde tiene lugar el planto de Pleberio, padre de la fallecida Melibea. Es el caso inverso a Manrique dado que se trata de la muerte de una hija, y la actitud ante la muerte y por ende la concepción de la vida tienen características diferentes. En cuanto al tópico de la fortuna, dice Pleberio:
¡O fortuna variable, ministra y mayordoma de los temporales bienes! ¿Por qué no executaste tu cruel ira, tus mudables ondas, en aquello que a ti es subjeto?
El personaje acepta el carácter efímero que pueden tener los bienes materiales pero, al contrario de las coplas de Manrique, no puede aceptar la muerte. Aquí la muerte se concibe como una perturbación del orden y de la vida, y no una parte integrante de ella que como tal es preciso asumir. Una vez dada la muerte de su hija, para Pleberio la vida pierde el sentido, y la visión del mundo que adquiere el personaje luego de esta muerte se vuelve quejosa y sombría:
Yo pensava en mi más tierna edad que eras y eran tus hechos regidos por alguna orden; agora, visto el pro y la contra de tus bienandanças, me pareces un labarinto de errores (...)
No hay manera de justificar la muerte. Ante la violencia de su llegada inoportuna, concebida como un hecho que no debiera ocurrir, el sentimiento que prevalece es el desconsuelo: Pleberio pasará el resto de su vida presa del llanto en un valle de lágrimas. Asimismo, pierden la razón de ser los logros adquiridos. Pleberio se pregunta cuál es la razón de haber adquirido honras, plantados árboles o edificado torres. Las torres, características de los palacios aristocráticos medievales, pierden todo su valor ante la muerte de la persona amada, y ni siquiera el consuelo de la memoria puede caber en este duelo. La vida, tal como es concebida en este planto, es un fenómeno caótico y negativo. Stephen Gilman[5] considera al planto de Pleberio como la verdadera conclusión de la obra y deposita allí la palabra del mismo autor. Arguye que, durante la evolución del drama, el propósito primitivo de reprender a los enamorados y advertir sobre los engaños de las alcahuetas y los malos sirvientes deriva hacía un punto de vista más profundo y mucho menos optimista. Cito:
“Ha contado a sus oyentes y lectores la historia de un mundo de causas y efectos vertiginosos sin Providencia y sin asilo ni antes ni después de la muerte, un mundo en que la muerte era una bendición a causa del insano y despiadado dinamismo de encontrarse vivo”.
La diferencia con la coplas de Manrique es evidente, y al respecto Gilman observa que la idea del universo en este planto no es estoica ni cristiana. Por lo tanto, la característica que en rasgos generales implica la discrepancia con el poema consiste en la mirada negativa sobre la muerte que, más concretamente, se debe a la carencia de una concepción religiosa-cristiana de la vida tal como la que sostiene Manrique. Entonces, la vida y la muerte no son aquí dos términos recíprocos y necesarios que definen a la vida en armonía con un mundo en orden. En el planto de Pleberio la muerte se emparenta más que nada a la figura del amor: una fuerza irracional y trágica que desata las desgracias y altera toda forma de orden.
[1] Manrique, Jorge, Coplas de fizo por la muerte de su padre, Bertran Pepió, Vicente, ed., Jorge Manrique, Poesía Completa. Barcelona, Planeta, 1988.
[2]Serrano, Antonio de Haro y Round, Nicholas G., “Sobre las coplas de Jorge Manrique”: Historia y Crítica de la Literatura Española, edición de Francisco Rico, editorial Crítica, Barcelona, 273-280.
[3]Orduna, Germán, “Las Coplas de Jorge Manrique y el triunfo sobre la Muerte: estructura e intencionalidad”, Romanische Forschungen, 79n (1967), 139-51.
[4]Rojas, Fernando, La tragicomedia de Calisto y Melibea, Rusell, Peter., ed., Madrid, Castalia, 1991.
[5]Gilman, Stephen, “La voz de Fernando de Rojas en el monologo de Pleberio”, ficha de cátedra Funes, módulo sobre La Celestina, 521-525.
En Coplas que fizo por la muerte de su padre[1] de Jorge Manrique hay una fusión constante entre lo particular y lo general. Tal como alude su título, el motivo de las coplas sería la muerte y la vida de una persona particular, don Rodrigo Manrique, el maestre de Santiago. Sin embargo, el poema habla de la muerte y de la vida en general, manifestando una concepción de ambas.
Según Serrano y Round[2], las coplas no empiezan citando una pérdida particular dotada luego de un significado universal, sino que el movimiento de lo particular a lo general es fijo y ambos esquemas están en su sitio desde el principio, y mantienen un diálogo constante. El caso particular cobra sentido y se define como tal en su ajuste a las leyes generales, y viceversa. Esta relación de reciprocidad es análoga a la concepción de la vida y de la muerte que presenta el poema: la muerte es parte integrante de la vida, el descanso o la meta del vivir, y un término se define por el otro. La vida es un río que se desvanece en el mar que es el morir (copla III); o la vida es un camino que termina en la muerte:
partimos cuando nascemos
andamos mientras vivimos
y llegamos
al tiempo que fenescemos;
De este modo, no es posible concebir a la vida sin la muerte y, por ende, la actitud ante la muerte es la aceptación. Así, para Germán Orduna[3], las coplas presentan un sermón que es más conformación ante un hecho emanado de la voluntad divina, que castigo o desdicha arbitraria. Esta actitud de aceptación contrasta con otros textos como Dança General de la Muerte donde los hombres reaccionan con rechazo, temores o quejas cuando son llamados a morir. En las coplas de Manrique aceptar la muerte es una virtud que corona una vida correcta, tal como sería la del Maestre de Santiago según se lo retrata en estos versos: un ejemplo de grandeza. La vida, en tanto camino hacia la muerte, aparece en el poema de tres modos: la vida terrenal, la vida de la fama y la vida eterna. En este punto, es evidente que la concepción de la vida es una concepción religiosa y cristiana, lo cual está marcado en el texto desde las invocaciones a Jesús hasta el modelo de sermón comentado anteriormente. Por lo tanto la vida de la fama y la vida eterna son los galardones del buen cristiano que ha vivido correctamente obrando según su estado. Al respecto, cabe destacar que estas coplas sostienen ideológicamente el esquema feudal de la organización social. La estructuración que divide entre defensores, oradores y labradores es perceptible en el texto. En la copla III se alude a los labradores en oposición a los defensores dividiendo entre los que viven de sus manos y los ricos. Asimismo, la copla XXXVI aduce que la vida eterna se gana obrando según el deber propio de cada estado: los religiosos con oraciones y los caballeros haciendo la guerra a los moros. Esta reivindicación de una ideología señorial debe situarse en el contexto histórico del poema: un período de crisis que sufrió la aristocracia en la baja Edad Media debido a grandes pérdidas materiales, consecuencias de guerras civiles y sobre todo el surgimiento de nuevos grupos sociales como los ricos burgueses. En contraste a una sensibilidad burguesa aferrada a los bienes materiales, las coplas de Manrique abordan el tópico del contemptu mundi, es decir, el menosprecio del mundo, que en las coplas reside sobre todo en el desdén por los bienes materiales. De este modo, a la mirada del poeta, los edificios reales, las vajillas y las monedas de oro serán solamente rocíos de los prados, y en la copla VIII se menciona el poco valor que tienen las cosas que ambiciona el hombre, cómo conducen al desastre, y cómo se produce el descenso desde los más altos estados. Los placeres de la vida son soldados que han de caer en una trampa mortal, y frente a la fugacidad de la vida los bienes materiales carecen de valor, depositándose la virtud en la belleza interior. Esta fragilidad de la riqueza material se aborda desde un tópico común de la época: la rueda de la fortuna, variable y caprichosa, que hace descender lo que antes estaba arriba. El tópico de la fortuna también aparece en el Acto XXI de La Celestina[4] donde tiene lugar el planto de Pleberio, padre de la fallecida Melibea. Es el caso inverso a Manrique dado que se trata de la muerte de una hija, y la actitud ante la muerte y por ende la concepción de la vida tienen características diferentes. En cuanto al tópico de la fortuna, dice Pleberio:
¡O fortuna variable, ministra y mayordoma de los temporales bienes! ¿Por qué no executaste tu cruel ira, tus mudables ondas, en aquello que a ti es subjeto?
El personaje acepta el carácter efímero que pueden tener los bienes materiales pero, al contrario de las coplas de Manrique, no puede aceptar la muerte. Aquí la muerte se concibe como una perturbación del orden y de la vida, y no una parte integrante de ella que como tal es preciso asumir. Una vez dada la muerte de su hija, para Pleberio la vida pierde el sentido, y la visión del mundo que adquiere el personaje luego de esta muerte se vuelve quejosa y sombría:
Yo pensava en mi más tierna edad que eras y eran tus hechos regidos por alguna orden; agora, visto el pro y la contra de tus bienandanças, me pareces un labarinto de errores (...)
No hay manera de justificar la muerte. Ante la violencia de su llegada inoportuna, concebida como un hecho que no debiera ocurrir, el sentimiento que prevalece es el desconsuelo: Pleberio pasará el resto de su vida presa del llanto en un valle de lágrimas. Asimismo, pierden la razón de ser los logros adquiridos. Pleberio se pregunta cuál es la razón de haber adquirido honras, plantados árboles o edificado torres. Las torres, características de los palacios aristocráticos medievales, pierden todo su valor ante la muerte de la persona amada, y ni siquiera el consuelo de la memoria puede caber en este duelo. La vida, tal como es concebida en este planto, es un fenómeno caótico y negativo. Stephen Gilman[5] considera al planto de Pleberio como la verdadera conclusión de la obra y deposita allí la palabra del mismo autor. Arguye que, durante la evolución del drama, el propósito primitivo de reprender a los enamorados y advertir sobre los engaños de las alcahuetas y los malos sirvientes deriva hacía un punto de vista más profundo y mucho menos optimista. Cito:
“Ha contado a sus oyentes y lectores la historia de un mundo de causas y efectos vertiginosos sin Providencia y sin asilo ni antes ni después de la muerte, un mundo en que la muerte era una bendición a causa del insano y despiadado dinamismo de encontrarse vivo”.
La diferencia con la coplas de Manrique es evidente, y al respecto Gilman observa que la idea del universo en este planto no es estoica ni cristiana. Por lo tanto, la característica que en rasgos generales implica la discrepancia con el poema consiste en la mirada negativa sobre la muerte que, más concretamente, se debe a la carencia de una concepción religiosa-cristiana de la vida tal como la que sostiene Manrique. Entonces, la vida y la muerte no son aquí dos términos recíprocos y necesarios que definen a la vida en armonía con un mundo en orden. En el planto de Pleberio la muerte se emparenta más que nada a la figura del amor: una fuerza irracional y trágica que desata las desgracias y altera toda forma de orden.
[1] Manrique, Jorge, Coplas de fizo por la muerte de su padre, Bertran Pepió, Vicente, ed., Jorge Manrique, Poesía Completa. Barcelona, Planeta, 1988.
[2]Serrano, Antonio de Haro y Round, Nicholas G., “Sobre las coplas de Jorge Manrique”: Historia y Crítica de la Literatura Española, edición de Francisco Rico, editorial Crítica, Barcelona, 273-280.
[3]Orduna, Germán, “Las Coplas de Jorge Manrique y el triunfo sobre la Muerte: estructura e intencionalidad”, Romanische Forschungen, 79n (1967), 139-51.
[4]Rojas, Fernando, La tragicomedia de Calisto y Melibea, Rusell, Peter., ed., Madrid, Castalia, 1991.
[5]Gilman, Stephen, “La voz de Fernando de Rojas en el monologo de Pleberio”, ficha de cátedra Funes, módulo sobre La Celestina, 521-525.
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