jueves, 6 de diciembre de 2007

ROBERTO ARLT Y EL ESPACIO URBANO

Las madreselvas y el olor del jazmín, los jacarandás y acacias de la Plaza San Martín, la tierra mojada y el pastito precario que salpica las piedras de la calle, el almacén rosado y el silencio de la tarde: en las primeras décadas del siglo XX, la Obra poética de Jorge Luis Borges representa con estos elementos una Buenos Aires que magnifica la nostalgia y la dimensión cultural de un pasado histórico. Por el contrario, en la obra de Roberto Arlt, la rosa platónica del negro jardín invocada por Borges en su “Fervor de Buenos Aires” sufre un proceso técnico de galvanoplastia y se metaliza: la naturaleza es desplazada por la técnica y surge en la literatura una nueva manera de representar la ciudad. Jorge Rivera[1] asegura que no es para nada casual la elección del mito tecnológico de la rosa de cobre. Cito:

“La idea de la rosa metalizada implica plantear el conflicto estético entre lo natural y lo artificial. Pasar de la típica concepción del siglo XVIII que ve a natura como fuente de lo bueno y de lo bello, a la concepción dramática baudelaireana que postula, en todo caso, que lo noble y lo bello resulta del razonamiento y del cálculo”.

Este mito tecnológico es ilustrador de la ciudad representada por Roberto Arlt: una ciudad carente de nostalgia que apunta al porvenir y que se erige ante el lector con sus rascacielos rodeados por una deformadora red de cables de alta tención, calles oblicuas, crestas puntiagudas, manchas de aceite violeta, rieles galvanoplastiados, vitrinas de gruesos cristales, los tranvías y el tren eléctrico, chimeneas vomitando torrentes de humo, un rectángulo de luna y un cielo que se aparece como un metal recién lavado. Lo que aquí se observa es que la imaginación de Roberto Arlt sólo es sensible a la iconografía de la modernidad. Los materiales de la ciudad moderna, recién percibidos por el escritor, abren un espacio de representación que pone en primer lugar a la técnica, y es en relación con la técnica que se logra ver una nueva ciudad para la literatura. Sin embargo, no se trata de una mirada mimética. Beatriz Sarlo
[2] explica que la Buenos Aires de Arlt es tanto una representación como una hipótesis. Roberto Arlt ve una ciudad que está en construcción: la sociedad futura que, al igual que las ambiciones del Astrólogo, estará hecha con las bases de la ciencia y de la técnica. Esta mirada futurista se sostiene sobre la base de un vocabulario que recorre las figuras geométricas para las descripciones tanto de paisajes como de estados de ánimo. Al respecto, Noe Jitrik[3] señala:
“Las imágenes geométricas indican la perduración o, mejor dicho, la penetración del “futurismo”(vanguardismo) en un proyecto en general realista”.

Entonces, en un texto de los años treinta, Arlt ya puede ver la ciudad de los años cincuenta y proyectarla en una escritura que hace del imaginario tecnológico su recurso propio. Este tipo de representación implica modificaciones en el vocabulario de la literatura quien termina de incorporar el léxico de la metalurgia y de la divulgación científica. Así, los materiales de la modernidad –el acero, el cobre, el aluminio- serán fundamentales para el imaginario arltiano. Junto a estos materiales, la trama narrativa podrá incluir procesos tales como el transporte inalámbrico, las ondas electromagnéticas o la desmagnetización del acero, siempre dentro de los saberes tanto del protagonista como ocasionalmente de otros personajes entre los cuales se hallan expertos en la industria. Y no es de extrañar: estos son los saberes y las aficiones que les corresponde a los habitantes de tal ciudad, lo cual nos remite a la vinculación entre el espaco urbano y la representación de la subjetividad.
Según Capdevila
[4], lo que define la mirada de Arlt es el expresionismo, recurso mediante el cual se figura una imagen hiperbólica de la modernidad. El expresionismo comporta una distancia entre el sujeto y el objeto representado, y el sujeto fija esta distancia para representar al objeto en su naturaleza cambiante tal como lo percibe su mirada. Por lo tanto, el sujeto encuentra la forma verdadera del objeto en su visión interior, visión que no es más que la proyección de su yo sobre el objeto al que se enfrenta. Si la ciudad, en tanto objeto representado, comprende una proyección de la vida interior del sujeto, es lícito afirmar que en la obra arltiana la representación del espacio urbano está estrechamente vinculada con la construcción de la subjetividad. Más aún, es la construcción de una subjetividad llamada Remo Erdosain la principal configuradora textual del paisaje urbano. En este sentido, las características de la ciudad, descripta mediante la modernidad y la técnica, resultan coincidentes con las características del sujeto que la habita, habiendo entre ambos términos una vinculación precisa. Así, el lector se halla frente a Erdosain con un centímetro cuadrado de hombre que piensa telegráficamente, que tiene una pena que se acelera como la electricidad; de su espíritu se desprenden rieles brillantes y vapores de recuerdo, y su encía sangra como el cuño de una prensa hidráulica.
Hablar de la vinculación de la subjetividad con la representación del paisaje urbano significa sobre todo que estamos ante una subjetividad que es al mismo tiempo el producto y el productor del paisaje que habita, que se fusiona con él y que se identifica tanto en su esplendor como en su miseria:

Toda su pena descomprimida extendíase hacia el horizonte entrevisto a través de los cables y de los “trolleys” de los tranvías y súbitamente tuvo la sensación de que caminaba sobre su angustia convertida en una alfombra
[5].


También cabe señalar que el espacio urbano, proyección futurista, representado por esta mirada expresionista de una subjetividad particular, suele estamparse ante el lector dotado de cierta exageración o deformidad:

Hacia el este, sobre lo verdinoso del cielo, se recortan fúnebres chimeneas; luego, montes de verdura como monstruosos rebaños de elefantes rellenan los bajos de Bamfield, y la misma tristeza está en él.

Estos extraños “monstruosos rebaños” de elefantes que sugieren una imagen deformada del paisaje, es una deformación que también afecta a las personas que lo habitan: caras de bueyes, narices de trompeta, cabezas de jabalí, miradas de peces, narices ganchudas y labios colgantes. En suma, lejos de la idealizada pampa de su coetáneo Güiraldes, vemos en la obra de Roberto Arlt una representación de la ciudad y de su habitante caracterizada por las alteraciones de la percepción de la modernidad y por la aplicación de un imaginario técnico que renuevan las formas de escribir literatura.

[1] Rivera, Jorge, “Textos sobre Roberto Arlt y la ciudad rabiosa”, Actas del VI congreso de literatura Argentina, Universidad nacional de Córdoba, Córdoba, 1991.

[2]Sarlo, Beatriz, La imaginación técnica, Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires, 1997.

[3]Jitrik, Noe, “Entre el dinero y el ser”, Centro editor de América Latina, Buenos Aires.

[4] Capdevila, Analía, “Arlt: La ciudad expresionista”, Boletín/7 del Centro de estudios de teoría y crítica literaria, 1999.

[5] Los siete locos, Robero Arlt, editorial Losada, Buenos Aires, 1998 (todas las citas corresponden a esta edición).

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