jueves, 6 de diciembre de 2007

El modernismo poético y el proceso de secularización del arte y la consolidación de la burguesía en América Latina


Rubén Darío, figura estelar del modernismo, dice en razón de las formas estéticas y del prefacio a uno de sus más importantes libros las siguientes frases: “Yo no soy un poeta para las muchedumbres. Pero sé que indefectiblemente tengo que ir a ellas”. Este par de frases cortas, que podrían haber sido una sola frase larga sin el punto que antecede al adversativo, nos condensa varios elementos del movimiento modernista entre los cuales se pueden abstraer dos de ellos: la escisión –poeta solitario, poeta de muchedumbres- y el carácter de indefectible, la conciencia de estar inmerso en una corriente de la que no se puede salir.
Indefectiblemente, el modernismo, tal como su nombre lo indica, está relacionado con un movimiento mayor dentro y contra del cual deberá formarse lidiando con tensiones. Este movimiento mayor es la modernidad con todo aquello que ésta implica: la fe en la ciencia y en el progreso, la industrialización de la producción, el crecimiento urbano, el desarrollo de los sistemas de comunicación, la definición de los estados nacionales, el afán expansionista y, sobre todo, la confluencia de todo lo anterior dentro del avance del sistema capitalista sobre la base de una consolidada burguesía.
Esta nueva época, generadora de una nueva sensibilidad, afectó a todas las manifestaciones de la vida social alcanzando a la proyección artística hasta el punto en que Ángel Rama haya podido decir que el modernismo, en la literatura, no es otra cosa que el liberalismo en la política.
El modernismo literario, fenómeno de explosión cultural, no podía dejar de hacer en algunos puntos un cuerpo común con la modernidad, fenómeno de explosión capitalista.
Lo escindido y lo indefectible, elementos condensados en el prefacio de Cantos de Vida y esperanza, configuran la situación del modernismo literario ante el contexto de la modernidad: el modernismo, a la vez que nace y avanza sobre la nueva época, la celebra y la combate, la acompaña y la protesta. En este sentido se puede comprender que la universalidad de la lírica de Darío, entusiasta y celebradora de las nuevas sensibilidades, sea a la vez análoga a una amargura propia de todo aquél que detesta la época en que le tocó vivir. Durante aquella celebrada y amonestada época la proyección del arte se veía afectada particularmente por dos fenómenos concomitantes: el proceso de secularización y la consolidación de la burguesía latinoamericana.
La secularización implica lo indefectible. El arte, en las sociedades atravesadas por los procesos de modernización, no puede seguir siendo ni la intermediación divina del clérigo ni el virtuoso héroe solitario del romanticismo. La autonomización de la literatura, susceptible de ser convertida en un objeto más del mercado en el contexto del desarrollo capitalista, encuentra en este fenómeno tanto una liberación cuanto una encrucijada. Cuando el arte deja de ser sagrado y logra su emancipación de las demás instituciones, el artista, lejos de las posibilidades del mecenazgo, deja de ser un profeta o un iluminado y deviene en un especialista con su lujar fijado dentro de la división del trabajo, o directamente un funcionario, situación que genera diversos contrastes y tensiones con la naturaleza creativa. De algún modo, más allá de la intención de cada artista, habrá que ir a las muchedumbres, esto es, insertarse en un mercado con el beneficio de un público, reformular la razón de ser del artista en una sociedad moderna, masificada y democratizada. Esta es la encrucijada: el arte, para sobrevivir en su autonomía, debe sin embargo emplearse y comercializarse ante las leyes de un sistema con cuya lógica materialista y utilitarista no se termina de conciliar. Estas tensiones, que van desde la bohemia analizada por Gutierrez Girardot hasta la funcionalidad orgánica de algunos tantos casos como los que expone Real de Azua, constituyen una de las particularidades de la producción modernista. La secularización implica una puesta en tierra de la obra artística, una determinada articulación de la creación con la sociedad industrial comandada por el capitalismo mercantil de la burguesía. Ángel Rama describe un clima de época en el que los escritores, reunidos en cafés y tertulias, frecuentaban ciertos grupos que “funcionaban como centros de obtención de trabajos mediante las conexiones que allí se establecían” (Rama, 1983). Sarlo y Altamirano, en un texto sobre la argentina del Centenario, afirman que ya a principios del novecientos la función del escritor adquiere perfiles profesionales. Una suma de modernización, secularización e inmigración afectarían la esfera de las actividades intelectuales constituyendo determinadas “ideologías de artista”. Una de las maneras de posicionarse como escritor profesional, desempeñada tanto por Darío como por Martí, es el recurso del periodismo, actividad que, Según Sarlo y Altamirano, siempre estuvo acompañada “de un vasto movimiento de reflexión acerca de la propia actividad literaria” (Altamirano y Sarlo, 1997). Otras actividades culturales, tales como las conferencias y las revistas, formaban parte de esta emergente profesionalización del escritor. Aunque esta secularización del arte, propiciada por las condiciones económicas del liberalismo burgués, no pudo desarrollarse sin conflictos tan serios como la adaptación del producto literario a un determinado público, o la sublimidad del oficio frente las vulgaridades de la democratización expuestas desde sensibilidades como la del arielismo, de cualquier modo es indiscutible que la secularización y el profesionalismo que produjo el modernismo literario alteró definitivamente la actividad artística. Lejos quedaron aquellos “gentleman escritores” definidos por David Viñas, distinguidos señores poseedores de cigarros y ratos de ocio cuyas rentas y pertenencias sociales condescendían y permitían su actividad cultural. La figura del artista modernista parece ajustarse más bien al retrato que hace Rama de Rubén Darío en tanto un intelectual riguroso, moderno, austero en su producción: “un tímido, apacible, discreto hombre entredormido” (Rama, 1983).
Si este proceso de secularización, si esta profanización de las prosas implica para el modernismo un elemento indefectible, la consolidación de la burguesía latinoamericana implica lo escindido: el poder de la burguesía y su cosmovisión mercantilista y utilitaria será para el modernismo tanto una posibilidad de existencia como un declarado enemigo. La moral del artista, rebelde a toda visión burguesa, necesitará no obstante de la sociedad burguesa para insertarse en el mercado y desarrollar la profesionalización y la autonomía de la actividad artística. Se sobreentiende que un producto estético, orgullosamente antiutilitario, una obra del espíritu y de la belleza, no podía hallar con facilidad un lugar dentro del necesario mercado dirigido por la burguesía –un poeta era “algo nuevo y extraño” para el Rey Burgués-. Es justamente por ello que el escritor modernista estará escindido entre el orgullo de su creación cultural y la servidumbre a la que debía someterla para ocupar un lugar en las nuevas sociedades. El sistema de valores de la consolidada sociedad burguesa iban de la mano con los principios económicos del capitalismo, y el modernismo literario, en busca de su propio desarrollo, no podía ni hacerse a un lado ni unirse incondicionalmente a las reglas del juego. Ante la inevitable desvalorización mercantil de la obra de arte debido a la carencia de un fructífero mercado literario
[1], muchos artistas se vieron tentados a la marginalización de sus figuras y de su trabajo que seguía encarnando una oposición ante los valores de ascenso social y adquisición material que monopolizaban las aspiraciones burguesas. Sin embargo, la línea de conducta más habitual ha tenido que ser la ambivalencia. Y es en este contexto cuando tiene un sentido el poeta que, sin sentirse parte de las multitudes, asume la necesidad de acercarse a ellas.

[1] Julio Ramos ha expuesto con claridad las condiciones de la época, un momento en el que “aunque ya es operativo el concepto autonómico de la literatura, ese discurso aún carece de las bases institucionales que posibilitarían la consolidación social de su territorio” (Ramos, 1989). Analizando el caso de Martí demuestra que el revolucionario cubano, conciente de este problema, llega a la conclusión de que es preferible la dependencia ante los mecanismos modernizadores de la ciudad que la dependencia ante el mundo tradicional.

No hay comentarios: