Enunciación, constitución del espacio urbano, desplazamientos, escritura: Michel de Certeau, en el capítulo VII de “La invención de lo cotidiano”, ofrece un método de análisis que relaciona directamente la enunciación -el escribir-, con el desplazamiento urbano -el andar-, siendo éste último otro tipo de enunciado. La fórmula es la siguiente: El acto de caminar es al sistema urbano lo que la enunciación es a la lengua. Así como el escritor se apropia de la lengua, el peatón se apropia del sistema tipográfico y, así como el acto de habla es una realización sonora de la lengua, el trayecto del peatón es una realización espacial del lugar. Certeau concluye que el andar es un espacio de enunciación análogo al escribir. En Y Retiemble en sus Centros la Tierra, el espacio de enunciación, caracterizado por un múltiple uso de los tiempos verbales, constituye específicamente una escritura, la de la literatura, que prefigura dentro de sí a otra escritura diferente: el recorrido urbano de Juan Manuel Barrientos, recorrido que es también un texto. En su trayecto, Barrientos manifiesta sentirse “un texto ya leído” , y la comparación del trayecto urbano con la escritura puede favorecerse con algunas citas: “Y sus pasos, ésos que daba por el centro de la ciudad, ¿no eran la caligrafía tartamuda -o ebria- que alguien iba escribiendo sin que él tuviera nada que ver en el asunto?”; “Podrías estar en otra parte pero estás aquí por la caligrafía esa que no acabas de entender”. El recorrido de Barrientos, en tanto que texto, no puede evadir su destino, la resolución tomada por “alguien (que) iba escribiendo sin que él tuviera nada que ver en el asunto”; así es como desde el primer capítulo el personaje se siente condenado -ya escrito-, y ante la opción de un taxista que le ofrece llevarlo a su casa para salvarlo de su situación, Barrientos se niega y le responde: “así está escrito, con una chingada”.
Atendiendo a la propuesta de Certeau, entendemos que los caminos de los paseantes presentan una serie de vueltas y rodeos susceptibles de asimilarse a los “giros” o “figuras de estilo”. El estilo implica la singularidad del usuario de la lengua y del usuario de la ciudad. Tanto las figuras verbales como las caminantes consisten en operaciones que se refieren a unidades aislables y funcionan con arreglos ambiguos. En la enunciación del andar en su analogía con el acto de escribir, se puede usar la figura del asíndeton: el que escribe suprime nexos sintácticos, conjunciones o adverbios en la construcción de su frase: el caminante también selecciona y fragmenta su espacio -pasajes, atajos- para construir su trayecto. Juan Manuel Barrientos elige constantemente entre una calle u otra, un camino u otro, define su estilo entre las posibilidades semánticas de la escritura de su andar urbano: “Echó a andar hacia el Zócalo, pero al llegar a la esquina de Motolinía, en lugar de seguir por Tacuba como se lo había propuesto, dio vuelta rumbo a Cinco de Mayo nuevamente.”
Siguiendo esta línea, veamos el espacio de enunciación de la novela en relación a la construcción del espacio urbano. A través de la mirada del narrador se produce, por medio del personaje, una apropiación de la ciudad. Certeau reflexiona acerca de los nombres propios. Los nombres propios de la ciudad, dotados de un significado arbitrario desde lo oficial, abren reservas a otras significaciones ocultas y familiares: se ofrecen a las polisemias que les asignan sus transeúntes. El caminante, desde su visión personal, construye nuevos sentidos en las cosas, abre espacios, articula una segunda geografía, poética, sobre la geografía del sentido literal, prohibido o permitido. Estas prácticas significantes implican la función de lo creíble, lo memorable y lo primitivo.
Podemos aplicar esta teoría a Juan Manuel Barrientos, quién, a través de la subjetividad de sus saberes y sus recuerdos construye un espacio urbano particular sujeto a diversas simbolizaciones. La función de lo creíble consiste en lo que autoriza, lo que hace posible, la apropiación espacial. Hay ciertos lugares que hacen posibles los recuerdos de Barrientos, construyéndose como símbolos de los mismos. De este modo, la calle Insurgentes le trae recuerdos de la infancia, de Ana Bertha Lepe; la Iglesia metodista de la calle de Gante está asociada a sus guías académicas y a Jimena, lo mismo que la plaza Tolsá, “tan íntima y al mismo tiempo tan magnificente”; el Zócalo y Jimena: “Jimena en el centro, en el mero centro, en el centro del centro, en el asta bandera, esperándote”; “Jimena no estaba ahí y el Zócalo te pareció más grande que nunca”; el martini de La Casa de las Sirenas le recuerda a Alejandra; la iglesia de la Santísima Trinidad asociada con el recuerdo de su padre: “Juan Manuel se desplomó en medio de la escalinata (...) frente a la portentosa imagen del Padre adolorido y el Hijo muerto.”
La función de lo memorable implica la de una memoria silenciosa y replegada, donde se evocan los fantasmas del pasado. En la novela traza un recorrido urbano de carácter vertical, asociado a la historia de México, y ese espacio urbano se construye incorporando la dimensión histórica. Barrientos observa los árboles de la zona sur, “que protegían los restaurantes y las boutiques en que se habían convertido las casonas campestres de la primera mitad del siglo”; recuerda el pasado del Salón la Luz; la “descomunal fábrica” de los tiempos virreinales en la calle de Gante; el nombre anterior de las calles (“Las escalerillas” antes que “Guatemala”); el barrio universitario, del cual sólo queda la Escuela Nacional Preparatoria; la Iglesia de los ladrones, donde está hoy la de La Soledad. La función de lo primitivo implica aquellos espacios que ya están estructurados oficialmente, cuyo significado es poco deformado por la subjetividad del caminante, como la asociación del Zócalo con Cortés, Tláloc y Huitzilopochtli (cap.VI) y el Templo Mayor de México Tenochtitlan (cap.VII). De este modo, el transeúnte hace de la ciudad una simbología a través de determinadas “prácticas ciudadanas”, tal como se las designa en la página 210: “Apenas se habían incorporado al seminario el semestre pasado y nunca habían ido con el maestro a ninguna “práctica de ciudad”, como Juan Manuel llamaba a sus incursiones por el centro histórico”.
Siguiendo la trayectoria textual de Barrientos, observamos que su modo de desplazarse se asemeja a una de las formas de la errancia: la del Flaneur. El Flaneur, según Benjamin en su ensayo “Iluminaciones II, Poesía y Capitalismo”, es el hombre que camina sólo por la ciudad bajo una condición de anonimato proporcionada por la multitud. En la concepción de Benjamin se trata del transeúnte del París del siglo XIX, un caminante que aprovecha los pasajes y es movido fundamentalmente por el ocio.
En el caso de Barrientos, si bien el azar no es absoluto, y la angustia es más patente que la ociosidad, hay instantes en su trayecto que se asemejan al trayecto impreciso que es propio del flaneur, como puede verse en la siguiente cita: “Deambuló temerariamente por el barrio de La Merced sin rumbo fijo”. En otra cita anterior Barrientos define sus pasos como una caligrafía tartamuda o ebria. Pero otro rasgo del recorrido de Barrientos que lo asemeja al flaneur es la condición de anonimato en el ámbito urbano. Barrientos está en su ciudad, hace un recorrido que lo ha hecho reiteradas veces, que le es familiar y, no obstante, jamás se encuentra con alguien conocido. Barrientos siempre es un extraño para la gente con la cual se cruza. Esta es una situación que determina su suerte, situación que Juan Manuel expresa en el Zócalo, antes de morir: “Solo en el mero centro de la ciudad más poblada del planeta”. El carácter impreciso del andar de Barrientos también hacen de su trayecto un andar equívoco: desde el principio, el personaje equivoca el día de la cita, tomando el viernes por el sábado; esta confusión desencadena su circunstancia de hombre solitario, errante, lo que se puede asociar a otra de las formas de la connotación de la errancia: el error.
Atendiendo a la propuesta de Certeau, entendemos que los caminos de los paseantes presentan una serie de vueltas y rodeos susceptibles de asimilarse a los “giros” o “figuras de estilo”. El estilo implica la singularidad del usuario de la lengua y del usuario de la ciudad. Tanto las figuras verbales como las caminantes consisten en operaciones que se refieren a unidades aislables y funcionan con arreglos ambiguos. En la enunciación del andar en su analogía con el acto de escribir, se puede usar la figura del asíndeton: el que escribe suprime nexos sintácticos, conjunciones o adverbios en la construcción de su frase: el caminante también selecciona y fragmenta su espacio -pasajes, atajos- para construir su trayecto. Juan Manuel Barrientos elige constantemente entre una calle u otra, un camino u otro, define su estilo entre las posibilidades semánticas de la escritura de su andar urbano: “Echó a andar hacia el Zócalo, pero al llegar a la esquina de Motolinía, en lugar de seguir por Tacuba como se lo había propuesto, dio vuelta rumbo a Cinco de Mayo nuevamente.”
Siguiendo esta línea, veamos el espacio de enunciación de la novela en relación a la construcción del espacio urbano. A través de la mirada del narrador se produce, por medio del personaje, una apropiación de la ciudad. Certeau reflexiona acerca de los nombres propios. Los nombres propios de la ciudad, dotados de un significado arbitrario desde lo oficial, abren reservas a otras significaciones ocultas y familiares: se ofrecen a las polisemias que les asignan sus transeúntes. El caminante, desde su visión personal, construye nuevos sentidos en las cosas, abre espacios, articula una segunda geografía, poética, sobre la geografía del sentido literal, prohibido o permitido. Estas prácticas significantes implican la función de lo creíble, lo memorable y lo primitivo.
Podemos aplicar esta teoría a Juan Manuel Barrientos, quién, a través de la subjetividad de sus saberes y sus recuerdos construye un espacio urbano particular sujeto a diversas simbolizaciones. La función de lo creíble consiste en lo que autoriza, lo que hace posible, la apropiación espacial. Hay ciertos lugares que hacen posibles los recuerdos de Barrientos, construyéndose como símbolos de los mismos. De este modo, la calle Insurgentes le trae recuerdos de la infancia, de Ana Bertha Lepe; la Iglesia metodista de la calle de Gante está asociada a sus guías académicas y a Jimena, lo mismo que la plaza Tolsá, “tan íntima y al mismo tiempo tan magnificente”; el Zócalo y Jimena: “Jimena en el centro, en el mero centro, en el centro del centro, en el asta bandera, esperándote”; “Jimena no estaba ahí y el Zócalo te pareció más grande que nunca”; el martini de La Casa de las Sirenas le recuerda a Alejandra; la iglesia de la Santísima Trinidad asociada con el recuerdo de su padre: “Juan Manuel se desplomó en medio de la escalinata (...) frente a la portentosa imagen del Padre adolorido y el Hijo muerto.”
La función de lo memorable implica la de una memoria silenciosa y replegada, donde se evocan los fantasmas del pasado. En la novela traza un recorrido urbano de carácter vertical, asociado a la historia de México, y ese espacio urbano se construye incorporando la dimensión histórica. Barrientos observa los árboles de la zona sur, “que protegían los restaurantes y las boutiques en que se habían convertido las casonas campestres de la primera mitad del siglo”; recuerda el pasado del Salón la Luz; la “descomunal fábrica” de los tiempos virreinales en la calle de Gante; el nombre anterior de las calles (“Las escalerillas” antes que “Guatemala”); el barrio universitario, del cual sólo queda la Escuela Nacional Preparatoria; la Iglesia de los ladrones, donde está hoy la de La Soledad. La función de lo primitivo implica aquellos espacios que ya están estructurados oficialmente, cuyo significado es poco deformado por la subjetividad del caminante, como la asociación del Zócalo con Cortés, Tláloc y Huitzilopochtli (cap.VI) y el Templo Mayor de México Tenochtitlan (cap.VII). De este modo, el transeúnte hace de la ciudad una simbología a través de determinadas “prácticas ciudadanas”, tal como se las designa en la página 210: “Apenas se habían incorporado al seminario el semestre pasado y nunca habían ido con el maestro a ninguna “práctica de ciudad”, como Juan Manuel llamaba a sus incursiones por el centro histórico”.
Siguiendo la trayectoria textual de Barrientos, observamos que su modo de desplazarse se asemeja a una de las formas de la errancia: la del Flaneur. El Flaneur, según Benjamin en su ensayo “Iluminaciones II, Poesía y Capitalismo”, es el hombre que camina sólo por la ciudad bajo una condición de anonimato proporcionada por la multitud. En la concepción de Benjamin se trata del transeúnte del París del siglo XIX, un caminante que aprovecha los pasajes y es movido fundamentalmente por el ocio.
En el caso de Barrientos, si bien el azar no es absoluto, y la angustia es más patente que la ociosidad, hay instantes en su trayecto que se asemejan al trayecto impreciso que es propio del flaneur, como puede verse en la siguiente cita: “Deambuló temerariamente por el barrio de La Merced sin rumbo fijo”. En otra cita anterior Barrientos define sus pasos como una caligrafía tartamuda o ebria. Pero otro rasgo del recorrido de Barrientos que lo asemeja al flaneur es la condición de anonimato en el ámbito urbano. Barrientos está en su ciudad, hace un recorrido que lo ha hecho reiteradas veces, que le es familiar y, no obstante, jamás se encuentra con alguien conocido. Barrientos siempre es un extraño para la gente con la cual se cruza. Esta es una situación que determina su suerte, situación que Juan Manuel expresa en el Zócalo, antes de morir: “Solo en el mero centro de la ciudad más poblada del planeta”. El carácter impreciso del andar de Barrientos también hacen de su trayecto un andar equívoco: desde el principio, el personaje equivoca el día de la cita, tomando el viernes por el sábado; esta confusión desencadena su circunstancia de hombre solitario, errante, lo que se puede asociar a otra de las formas de la connotación de la errancia: el error.
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