jueves, 6 de diciembre de 2007

El Extranjero y la noción de lo absurdo




Vargas Llosa, sin abordarla, menciona la lectura de Mersault como la expresión literaria del concepto del absurdo: desde este punto de vista el personaje es el hombre arrojado a una vida sin sentido de la cual es víctima. Hace notar que todas las sociedades se sostienen sobre la base de un mito colectivo que permite la vida en sociedad, y que la comunidad no se equivoca al identificar a Mersault como un monstruo cuyo ejemplo al propagarse la desintegraría.
En efecto, El Extranjero consiste en la confrontación entre un hombre con la comunidad, pero esta confrontación, sin tomar partido por alguna de las partes, puede analizarse mediante el concepto camusiano del absurdo expuesto en El mito de Sísifo (1).
Para Camus, lo absurdo nace de la confrontación entre el llamamiento de claridad humano y el silencio irrazonable del mundo. Se entiende que: lo absurdo no está ni en el hombre en sí mismo ni en el mundo –que es irracional pero no absurdo-, sino en la confrontación entre ambos. Un matrimonio, cuya identidad no está en cada una de las partes sino en su fusión. Para solucionar este problema, no se debe escamotear uno de los términos con la solución misma. El suicidio no es la solución del absurdo, sino la anulación de uno de los dos términos: el hombre. La anulación del término opuesto, el mundo, consiste en la creencia en un mundo diferente a este, pero que sea su explicación (esto implica la creencia religiosa y las construcciones filosóficas). El hombre absurdo no debe eliminar ninguno de los dos términos: debe hacer vivir ese absurdo como su única verdad para tener dominio de su realidad y de sí mismo, tal como Sísifo con su roca. Su rebelión consiste en vivir con esta conciencia de lo absurdo.
Al considerar a Mersault como una expresión literaria que simboliza la noción de lo absurdo, se halla el motivo de su confrontación con la sociedad: la sociedad es por excelencia la negadora de lo absurdo; sus instituciones, la iglesia y la justicia, son antagónicas a las caracteríticas del héroe absurdo que representa Mersault: la iglesia funda su filosofía en una vida más allá a la de este mundo, y el Derecho se funda en una lógica que unifica una serie de hechos de manera cartesiana para justificar racionalmente sus veredictos. Para la Iglesia y la justicia la vida debe tener un sentido que justifique la existencia de los jueces y de los capellanes; en el capítulo uno de la primera parte, el Juez le pregunta a Mersault luego de oír que no cree en Dios: ¿Quiere usted que mi vida carezca de sentido? Creer en este sentido que demanda el juez, en términos del concepto del absurdo, implicaría lo que Camus llama “dar el salto”. En el capítulo El hombre absurdo de El mito de Sísifo Camus considera el hecho de dar este salto como una pantalla que oculta lo absurdo, por ejemplo, precipitarse a lo divino o lo eterno o abandonarse a las ilusiones de lo cotidiano. En pleno contraste con la sociedad, Mersault -si bien no posee de manera estrictamente filosófica la conciencia absurda que expone Camus en este ensayo- presenta actitudes propias del héroe absurdo que alteran su relación con los demás y finalmente lo precipitan a su condena. El conflicto del personaje con la sociedad se puede analizar en distintos ángulos que serían: su relación con la justicia, su relación con la religión y su relación con sus semejantes. Finalmente, la reflexión de Mersault sobre sí mismo en la soledad de su celda, apartado de sus amistades, condenado por la justicia e indiferente ante la iglesia, en donde se convierte en el prototipo del héroe absurdo. Al igual que Sísifo, dueño de su propia verdad, prosigue su aventura en el tiempo de su vida, rechaza la apelación y acepta su destino.
En cuanto a su relación con los demás, las personas que habitan el universo propio de Mersault durante la trama de la novela son sus vecinos Raimundo y Salamano, su amante María, su Patrón de la oficina, Celeste -el dueño del restorán donde almuerza- y el director y el portero del asilo de ancianos. En mayor o menor medida estos personajes advierten el carácter extraño de Mersault y no logran encontrar motivos concretos para defenderlo durante el juicio. En El Mito de Sísifo se describe el ideal del hombre absurdo como el presente y la sucesión de los presentes, lo cual se opone al hombre inconsciente que vive del porvenir: “mañana, más tarde, cuando tengas una posición”. La absurdidad implica la negación del mañana y que todas las experiencias son indiferentes. Esta indiferencia ante el porvenir y el agotamiento del presente como lo absoluto se manifiesta en la relación de Mersault ante los demás: cuando María le propone matrimonio le contesta que le da igual, que no tiene ninguna importancia y que el matrimonio no es algo grave; cuando el jefe le propone una oportunidad de ascender en su trabajo, también le da igual y manifiesta su desisterés por cambiar de vida. Sus relaciones tampoco se guían por el interés: por ejemplo, él no elige la amistad de Raimundo que sólo se le presenta por ser su vecino; deja que las cosas sucedan de manera natural. María se entristece ante su indiferencia, su jefe le reprocha su falta de ambiciones y el director del asilo y el portero toman nota de su frialdad ante la muerte de su madre. El único que no se ve disgustado por las actitudes de Mersault es Raimundo porque gracias a la indiferencia del personaje no se ve cuestionada su moral de proxeneta. Este desmedro por el porvenir a favor del presente contribuye a la aceptación de las circunstancias; Mersault se adapta fácilmente a las realidades que le toca vivir, tanto la muerte de la madre como la prisión, en donde piensa que si lo hubieran hecho vivir en el tronco de un árbol seco sin más ocupación que mirar el cielo se hubiera acostumbrado poco a poco.
Pareciera ser que Mersault se entiende mejor con la naturaleza que con las personas, y muchas veces se relaciona con las personas a través de la naturaleza. El calor y el clima tienen sobre él más efecto que las razones de los hombres, y declara que sus necesidades físicas alteran sus sentimientos: cuando el Juez lo increpa por primera vez no logra seguir sus palabras a causa del calor, tampoco advierte lo que pasa en el velorio de su madre por culpa del sueño. Pero en El mito de Sísifo se explica que el hombre es un extranjero en el mundo y por lo tanto un extraño ante la naturaleza; de hecho Mersault no vive en las leyes de la naturaleza sino en las leyes de los hombres que no pueden admitir que se mate a causa del sol. Y aquí comienza el conflicto de Mersault con la justicia.
Durante el juicio, el primer choque se manifiesta entre la lógica de la justicia y las justificaciones del condenado que atribuye la culpa al hecho del azar. Para Mersault, imbuido en el presente, el homicidio del árabe no puede tener nada que ver con su actitud en el velorio de su madre o la carta que escribió haciéndole un favor a Raimundo. Pero la justicia no admite la absurdidad de las actitudes de Mersault y tiende a darles un sentido: se vale de una reconstrucción cartesiana de una serie de hechos para considerarlo como el autor de un crimen premeditado. La insensibilidad ante la muerte de su madre, la diversión al día siguiente con una amante, la amistad inmoral con Raimundo, haberse quedado con el arma y regresar a la playa: estos hechos son la prueba de su intención premeditada de matar, la causalidad lógica de la justicia sustituye al azar de lo absurdo. La naturaleza de Mersault es tan ajena a la naturaleza de la institución que lo juzga que él mismo parece quedar fuera de su proceso y asiste a su propio juicio como un espectador. Frente al tribunal se siente tan extraño como Josef K., el personaje de Kafka en El Proceso, pero a diferencia de K. Mersault no intenta comprender las argumentaciones que lo condenan para enfrentarse a ellas, no juega el juego. No hace más que decir su verdad, pero su verdad es tan inconciliable con la concepción del mundo que presenta la justicia que el abogado defensor le aconseja que se calle porque es mejor para su defensa.
Las actitudes absurdas de Mersault chocan con la justicia tanto como con la religión: el único momento en que el personaje pierde el control es ante el capellán de la cárcel. Es obvio: para Mersault no existe otra vida que la de este mundo terrenal y no quiere perder el poco tiempo que le queda con un Dios en el cual no cree. El capellán niega el absurdo con su precipitación hacía lo eterno y lo divino. Tal como se explica en El mito de Sísifo, una manera de evadir el absurdo es mediante la esperanza en el otro mundo, y se trata de una esperanza de esencia religiosa. Mientras que el religioso evade el problema del absurdo, Mersault lo hace vivir hasta las últimas consecuencias. Hay un párrafo del Mito de Sísifo en La libertad absurda que parece ilustrar esta escena entre Mersault y el Capellán: aquél momento de la vida del hombre absurdo en que se le pide que salte y él se niega; se le dice que eso es pecado de orgullo pero contesta que no entiende la noción del pecado; que quizá el infierno esté al final pero no tiene la suficiente imaginación para representárselo; que pierde la vida inmortal pero la vida inmortal la parece fútil. Finalmente quieren hacerle reconocer su culpabilidad pero él se siente inocente; así, el hombre absurdo se exige a sí mismo vivir solamente con lo que sabe, con lo que es y que no intervenga nada que no sea cierto. En este punto Mersault se transforma en el prototipo del héroe absurdo que acepta su destino, aquello que le pertenece tanto como la roca a Sísifo: asume sin apelación el sin sentido del mundo que lo ha condenado, y posee su verdad tanto como ella lo posee a él. El estado espiritual de Mersault mientras aguarda su ejecución se corresponde con la descripción camusiana del héroe absurdo quien, llevando su lógica hasta el final, debe preservar aquello que lo abruma y reconocer que su lucha supone la ausencia total de esperanza –que no implica la desesperación-, el rechazo continuo –que no es la renunciación- y la insatisfacción conciente.
El problema de la absurdidad del personaje de Mersault vale para una comparación con otro criminal de la literatura: Raskolnikov. Camus afirma que la obra de Dostoievski no es una obra absurda pero es una obra donde se expone el problema del absurdo. En efecto, mientras que El extranjero es una obra considerada aquí como la encarnación literaria del absurdo, se puede considerar a Crimen y Castigo como una obra que presenta el problema del absurdo. También Raskolnikov, en Crimen y Castigo, es condenado por la sociedad a causa de un crimen. La diferencia con Mersault es que Rakolnikov asesina valiéndolese de una teoría que intenta explicar el mundo o definir al hombre, tal como haría el concepto del superhombre nietzscheano. Por el contrario para Mersault el mundo no puede tener explicación alguna. Mersault asume lo absurdo y Raskolnikov lucha contra él y, si en algo se parecen, es en que Rakolnikov no gana la batalla. Fracasa en hacer de sí mismo un ejemplo de su teoría y la irracionalidad del mundo lo derrota: he aquí el problema del absurdo. Mersault no se ve derrotado por la absurdidad del mundo: le hace frente y la domina con su capacidad de aceptamiento de la misma. Una diferencia es la tensión espiritual y metafísica que el crimen de Raskolnikov representa en el asesino: Mersault no se hubiera entregado a la justicia. Sin embargo, los puntos en común son perceptibles: ninguno de los dos se considera culpable. Mersault le echa la culpa al sol y Raskolnikov le dice a Sonia que a la vieja no la mató él sino el diablo. La palabra absurdo está en boca de Raskolnikov en dos ocasiones fundamentales: ya en el presidio se recrimina a sí mismo por verse obligado a conformarse, por efecto de un fallo de la ciega suerte, a la absurdidad de su sentencia. Al igual que Mersault, Rakolnikov no cree en la justicia, se entrega a ella solamente porque se considera culpable de no haber seguido hasta el final con su teoría, por no haber logrado ser un Napoleón. Raskolnikov no descree de su teoría, y afirma sobre el desenlace que basta observar con ojos independientes la existencia cotidiana para saber que su idea no es tan absurda: él nunca termina de aceptar lo que Camus llamaría la confrontación entre la irracionalidad del mundo y el llamado de claridad del hombre. Pero el punto fundamental que divide a Mersault de Raskolnikov es el problema de Dios. Ambos personajes afirman no creer en Dios aunque Raskolnikov, más complejo -pidiéndole a su madre que haga una plegaria por él-, por momentos parece ceder. Crimen y Castigo no asegura indiscutiblemente que Raskolnikov vaya a dar el salto, aunque lo sugiere. En el epílogo, el condenado se dispone a abrir las páginas del evangelio. Sin embargo, tal como afirma Camus con respecto a Kirilov, lo que contradice el absurdo en Dostoievski no es su carácter cristiano sino el anuncio de una vida futura. Raskolnikov, en sus planes con Sonia, considera la probable felicidad en una vida futura luego de sus conmociones existenciales y, al decir del narrador omnisciente, en una realidad nueva totalmente ignorada hasta allí, material para otra historia. Por el contrario, Mersault es el condenado a muerte que acepta su fin consumado por los anhelados gritos de odio de los espectadores.

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